Cada 12 de octubre España celebra el Día de la Hispanidad, y junto con nuestros hermanos americanos recordamos la llegada de Colón a la isla de La Española (Santo Domingo), un hecho que daría comienzo al descubrimiento del Nuevo Mundo y a la Edad Moderna.
Resulta difícil, sino imposible, encontrar un país que reniegue de su fiesta nacional. Tal es así que es descabellado imaginar a un norteamericano menospreciando el 4 de julio, o a un francés, la conmemoración de la toma de la Bastilla el 14 de ese mismo mes. Sin embargo, en la España del siglo XXI se fragua un conflicto interno que se ha acentuado estos últimos años, arrastrando consigo un pensamiento entero que desprecia esta celebración e injuria nuestra historia.
El rechazo de nuestro legado histórico y de lo que significa España se está personificando en los constantes ataques contra el rey Felipe VI y nuestro sistema político establecido por la Carta Magna del 78, la Monarquía Parlamentaria. Así, la coalición socialista-comunista, aparte de impedir al rey su participación en la entrega de despachos judiciales en Cataluña, con la justificación y beneplácito del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, ha propiciado una serie de lamentables descalificaciones en boca del vicepresidente Pablo Iglesias, del portavoz de Podemos, Pablo Echenique, o del ministro de Consumo, Alberto Garzón. A ello se han sumado sus socios separatistas de gobierno, como es el ya repetitivo caso de Gabriel Rufián.
España pierde su rumbo en un panorama político-social decadente, donde el poder justifica los pactos de gobierno con aquellos grupos que sienten una total aversión hacia nuestro país, historia y cultura. Todo ello enmarcado por una crisis galopante a la que prestigiosas entidades internacionales como The Economist o Bloomberg ya han encontrado su culpable, la “venenosa clase política” y la penosa gestión de un Sánchez envuelto en “triunfalismo” cuando “el país es el nuevo foco más negro de coronavirus en Europa” (The Economist)(*).
(*) https://www.economist.com/europe/2020/10/03/spains-poisonous-politics-have-worsened-the-pandemic-and-the-economy
Ante la oscura etapa que atravesamos los españoles, hoy más que nunca, debemos conocer qué se celebra verdaderamente el 12 de octubre, día de la Hispanidad, y su significado.
Esta festividad, acogida por el día de Nuestra Señora del Pilar, Patrona de España, recuerda el comienzo de una nueva era universal con la llegada de la expedición de Cristóbal Colón a las Américas en 1492, una gesta que cambiaría el devenir de nuestra nación y el transcurso del mundo moderno. Pero también reivindica todo el legado cultural, literario, artístico, científico y humanístico que alcanzaron su apogeo en el Siglo de Oro español. Por ello, en el día de la Hispanidad también perpetuamos la memoria de sus más célebres personajes, como Miguel de Cervantes, a lomos de su Rocinante; los eternos enfrentados Góngora y Quevedo, el místico San Juan de la Cruz, al nítido poeta Garcilaso de la Vega o el filosófico Fray Luis de León, a los dramaturgos Lope de Vega, el “Fénix de los ingenios” , Calderón de la Barca, Francisco de Rojas o Tirso de Molina; y otros muchos que bien serían dignos de mención.
Unos siglos más tarde, ya en el XX, nuestra querida Hispanoamérica heredó esta tradición cultural y literaria con celebérrimos autores, como Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Isabel Allende, Pablo Neruda, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Juan Rulfo o el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, que, al igual que sus antepasados renacentistas y barrocos, han protagonizado una etapa dorada en nuestra historia.
Pero España no solo aportó tan grandes talentos a la cultura moderna, sino que fundaría lo que hoy conocemos como el derecho internacional, a manos del “apóstol” y “protector” de los indios Bartolomé de las Casas y al “maestro” aristotélico-tomista Francisco de Vitoria. Así, de las Casas, junto con Juan Ginés Sepúlveda, comenzó un periodo de rectificación y redirección de la Conquista, que se llegó a paralizar en tiempos del emperador Carlos V para discutir sobre la naturaleza de esta, su relación con la “guerra justa” y la ética hacia los habitantes del Nuevo Mundo.
Mediante dicha investigación, la “Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias” de Bartolomé de las Casas y la doctrina de Francisco de Vitoria, se reconocería finalmente la libertad y humanidad de los indios con el “Ius Gentium” (derecho de gentes), concretándose finalmente en las Leyes Nuevas de Indias en 1542, bajo el reinado de Felipe II; un hecho que propició una primera consideración de los Derechos Humanos en pleno siglo XVI.
Pocas décadas más tarde de que Antonio de Nebrija unificara la gramática española en 1492, la primera en Europa desde Roma, el Imperio optó por continuar el estudio y la búsqueda del saber en el territorio americano, donde construyó las primeras universidades durante la primera mitad del XVI: la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Perú y la Universidad Santo Tomás de Aquino en el actual Santo Domingo.
Las aportaciones y las gestas de nuestros antepasados se extendieron por Norteamérica, desde Florida hasta California, y de México al actual Estado de Washington; pero también por diversos territorios de África y Asía, finalizando en Filipinas. Así, España conformaría un extensísimo Imperio que dominaba todos los continentes conocidos por entonces.
Sin embargo, nada de esto hubiera sido posible sin la transmisión romana y visigoda, que dotaron a Hispania del sistema jurídico, social y de poder más avanzado de la Edad Media europea. Y aunque esta etapa nuestra pase desapercibida en la cultura actual, fue en Castilla, con las Cortes de León en 1258, cuando se crearon, por primera vez, los órganos de representación de los tres estamentos, base y fundamento del Parlamentarismo. Ello sin olvidarnos de que fue en la Corona de Aragón, pleno siglo XIV, donde la potestad regia se dividió en tres poderes: Legislativo (con las Cortes), Administrativo (con un Consejo) y Judicial (con la Audiencia o Chancillería). En efecto, Aragón habría planteado una división de poderes cuatro siglos antes que el ilustrado Montesquieu.
Desgraciadamente, la grandeza de nuestros hitos ha sido, y continúa siendo, manchada por la “leyenda negra” que una vez difundieron ingleses, franceses u holandeses, principales rivales del Imperio. La difamación de nuestra historia alcanza, hoy en día, su máxima implantación en la sociedad, tergiversando y manipulando nuestro pasado.
Así, los movimientos antihispanistas se abanderan con un “nada que celebrar”, que sobrepasa los límites de la incultura y el desconocimiento. Un buen ejemplo de ello han sido los sucesos ocurridos durante las manifestaciones del “black lives matter” donde se profanaron estatuas como la de Colón, en San Francisco; Cervantes, en el Golden Gate, o la de Fray Junípero Serra “el apóstol de California”, también en San Francisco, Los Ángeles y Palma de Mallorca.
Pero si algo es verdaderamente desolador es el rechazo generado en nuestro propio país y el deseo de cambiar nuestra historia por aquellos que la odian. Vivimos en un momento donde el sentimiento nacional y el orgullo por nuestra cultura son sinónimos de fascismo y lo retrógrado. Donde la ley decide qué fue verdad y qué no mediante una injusta “desmemoria histórica” que emplea lo ocurrido en tiempos pretéritos como un arma partidista y que el gobierno ya pretende difundir en nuestras escuelas. Pero no es de extrañar que esto suceda en España, un país donde la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, llama “facha” al almirante Cervera, héroe en el Desastre del 98 en Cuba y fallecido una década antes del surgimiento del fascismo en Europa.
Nos adentramos, cada vez más, en la instauración de una “nueva realidad”, no refiriéndonos a la pandemia, sino a una histórica que define el esperpéntico panorama actual, que bien podríamos calificar como “anarquismo histórico”.
Nuestro presente está enturbiado por unos dirigentes sin sentido de Estado, que ansían la autodestrucción del sentimiento español, y que no buscan establecer una “empresa común” que nos impulse otra vez a realizar grandes proezas y a aportar las excelentísimas cualidades que España tiene. La desinformación y la incultura se han apoderado de una sociedad, supuestamente avanzada, donde el acceso al saber y al conocimiento nunca se ha presentado tan cómodo. Sin embargo, este vacío intelectual es del todo propicio para la difusión de las ideologías extremistas, que no atienden a los hechos, sino a la deformación de estos.
Frente a las tendencias anticulturales, nuestra arma más valiosa es el conocimiento y el valor de defenderlo. Debemos enorgullecernos de nuestra historia, siendo críticos con los errores cometidos como una vez lo fueron Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria, de nuestra aportación universal y mantener vivos los lazos de sangre que nos unen a nuestros hermanos hispanoamericanos, fruto del Imperio donde nunca se ponía el sol.
Concluyamos, pues, con una referencia al “De Laude Spaniae” (Alabanza de España) de San Isidoro de Sevilla, que ya en el siglo VI se adelantaba al legado de un futuro Imperio: “Eres, oh España, la más hermosa de todas las tierras que se extienden del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en tus príncipes, madre de muchos pueblos, (…) pues de ti reciben luz el Oriente y Occidente”.
Octubre de 2020.