Tengo la buena costumbre de hablar con los taxistas. Puede que sean uno de los mejores termómetros de la situación real de un país.
En Madrid y Barcelona suelo además preguntarles por sus países de origen.
La semana pasada un simpático colombiano de Medellín, catorce años en España, me explicó su teoría sobre la crisis en España. “Ustedes han tardado mucho en reconocer sus problemas. Pero no pueden evitarlo. Es su orgullo. Ustedes dicen ‘entro dentro’, ‘salgo fuera’, ‘subo arriba’, ‘bajo abajo’ y eso es un pleonasmo, que ningún latino utiliza al hablar, sólo ustedes, los españoles”.
Y preguntado por su hipótesis sobre esa peculiaridad, después de meditar el tono de la respuesta, para no resultar siquiera mínimamente molesto dijo: “Es que ustedes tienen una gran necesidad de afirmar todo lo que dicen. Por eso lo repiten. Por afirmarse. Es el orgullo.”
Admirado bajé del taxi. “Pleonasmo”. La mitad de los estudiantes de letras de España no tienen ni idea de qué es exactamente esa figura lingüística ni en qué se diferencia de la redundancia. Pero un taxista colombiano habla la lengua española con esa propiedad. Otro dato importante: no se puede pensar correctamente cuando no se sabe hablar con corrección.
¿Somos realmente tan orgullosos? ¿Tiene razón el Financial Times cuando es a ese estereotipo al que se aferra para describir la actitud de nuestros políticos, tardando cinco años en reconocer que –salvo muy contadas entidades- nuestro sistema financiero está quebrado?
Puede que haya un problema aún peor que el orgullo o el no hablar con propiedad. Es el de no reconocer los elementos básicos de la realidad. Y cuando uno lee las opiniones juveniles en las redes sociales acerca de esta crisis, todas abundan en el común odio al capitalismo, al sistema y a los neoliberales.
En Europa no hay neoliberales. Esa es una expresión norteamericana, acuñada en los ochenta para tratar de reivindicar el concepto “liberal” –igual en español que en inglés- ilegítimamente atrapado en las garras de la socialdemocracia. En España y en el resto de Europa los liberales pensamos ahora lo mismo que hace un siglo: que el pacto social se basa en la desconfianza del poder, especialmente del poder el Estado y de sus controladores, los políticos. Y al mismo tiempo, en una confianza en el ser humano y en su capacidad para, en libertad, poder resolver sus propios problemas según sus criterios, iniciativas e intereses. La experiencia y el sentido común demuestran que de ambos principios nace una sociedad más libre, más rica y más sana.
Lo que está en crisis, lo que está cada día más podrido en más países de nuestro continente, es el sistema de la socialdemocracia. Una doctrina que predica que el nacer en un país rico te da derechos sobre esa riqueza preexistente a la que tú nadas has aportado. Un “principio” que reconoce la existencia de “derechos” sin deberes. Y que relativiza la propiedad privada, sometiéndola al capricho de cualquier político envuelto en la palabrería y la bandera de cualquier causa supuestamente noble.
Lo que se está hundiendo es una montaña de deuda contraída para satisfacer la vanidad y el ansia de poder de miles de políticos de prácticamente todos los partidos, riqueza del futuro que ahora tendremos que pagar nosotros y las generaciones venideras –inmensa inmoralidad- y que ha sido quemada en obras faraónicas e inútiles, subvenciones innecesarias y gastos superfluos.
El Estado ineficiente. El día que entendamos que también eso es un pleonasmo, estaremos en la senda de la recuperación. Al menos moral.
Junio de 2012.