Una de mis alumnas, a menudo, me pregunta preocupada: "Seño, ¿a que yo no soy paya?". "No chiquita, no te preocupes, tú eres gitana, la paya soy yo", es mi respuesta contenida .
El curso escolar empezó el 12 de septiembre. Mi alumna, gitana -como ella quiere subrayar y yo también- se incorporó 7 semanas más tarde. Dadas sus necesidades educativas especiales -lo que en la lengua de Cervantes se llama ceguera-, la Administración -con nuestro dinero- le facilita la atención por parte de un especialista en Audición y Lenguaje, de un experto en Pedagogía Terapéutica, de un monitor, de un pedagogo del Equipo de Orientación Educativa y el apoyo de un Equipo Específico para personas con déficit visual. Pero, desde la cortijada donde su padre se ha trasladado como temporero, nada de lo anterior parece imprescindible. La niña, sencillamente, no acude a su centro escolar -ni a ningún otro-.
Mi hija, paya, tuvo molestias menstruales que le impidieron un reposo adecuado. Entendí que era razonable que descansara y se recuperara durante la mañana, estableciendo simultáneamente la logística para no perder los contenidos que se presentasen durante estas sesiones. Por la tarde, a pesar de haberse repuesto de estas dolencias, hubimos de interrumpir su tiempo de estudio para acudir a nuestro centro de salud. El doctor que nos atendió se mostró un tanto contrariado. No me era fácil explicarle porque necesitábamos su atención si mi hija ya se sentía bien y la indisposición sufrida había sido abordada de forma adecuada. Sólo me bastó aportarle un dato para que perdonase mi atrevimiento por hacerle perder su tiempo. "Doctor, mi hija, además, es paya". Y entonces, entendió: debía expedir un certificado médico, documento exigido por el instituto de mi hija, para justificar su falta de asistencia.
Entre tanto, mi alumna ya tiene 42 faltas de asistencia no justificadas. El absentismo escolar se incluye en el Código Penal dentro del delito de abandono de familia (artículo 226). El departamento de Servicios Sociales de su Ayuntamiento, el Secretariado gitano -que se acudió al centro escolar para solicitar que no se registrasen las faltas de asistencia-, los Servicios Educativos compensatorios para hijos de jornaleros, ... han demostrado vergonzosamente su ineficacia y han sido cómplices, al no actuar, de unos padres irresponsables que han robado 210 horas lectivas a su hija -las he contado- imprescindibles para su desarrollo personal, su formación, su integración...
Los padres, gitanos, no han sido sancionados. Yo, paya, sí. Les cuento. Tenía una multa en mi limpiaparabrisas delantero. Había dejado mi coche mal estacionado en la puerta del centro escolar, mientras descargaba las voluminosas y pesadas cajas en las que llevaba los libros en Braille para mi alumna ausente.
"Chiquita, ¿a que yo no soy gitana?. "No seño, no te preocupes, tú eres tonta, la gitana soy yo".